¡Se trata de mí... después de todo!
- S García
- 22 jul 2022
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 11 may 2024

Hay que admitirlo. Cumplir los votos matrimoniales que los dos hicieron no es tarea fácil en la cultura en la que vivimos, en la que se ha difundido la idea de que no hay verdades absolutas.
En este entorno, la idea de permanecer casados hasta que la muerte los separe ha sido torcida por muchos quienes, en la propia ceremonia de bodas, piensan ‘bueno, quizá mientras dure el amor’. Después de todo, si no hay fuente absoluta de verdad ante quien debamos rendir cuentas ¿quién dice cuánto tiempo hay que quedarse casado, especialmente si el amor se ha ‘desvanecido’?
Un artículo del periódico New York Times presentaba los resultados de investigaciones sobre qué tan felices son los matrimonios, en la que destacaban dos preguntas:
¿Qué tanto su pareja le ofrece una fuente de experiencias emocionantes?
¿Cuánto impacto ha tenido en usted conocer a su pareja, para convertirle en una mejor persona?
Ambas preguntas son ejemplo del modo actual de pensar que no tiene que rendir cuenta alguna a ningún poder superior, ni a ninguna verdad absoluta.
Las preguntas se concentran en ¿qué me ofrece este matrimonio a mí? ¿Mejora mi vida en toda forma posible al proveerme de conversaciones magníficas, compañía maravillosa en el Club Med y, por supuesto, romance e intimidad sexual emocionantes? ¿Cómo me beneficia a mí?
En la cultura imperante de este tiempo -bajo el síndrome de mí y yo- se ha olvidado que el matrimonio diseñado por Dios está fundamentado en el amor ‘ágape’, ese amor generoso que se entrega al otro sin esperar beneficios a cambio… como lo hizo Jesús por nosotros.
Pero hay una motivación distinta en el matrimonio para quienes aman a Jesús. Y comienza con hacer la pregunta correcta: ¿Qué ofrece mi matrimonio a Jesús? Sí, debo querer poner a mi pareja por encima de mí mismo, pero en realidad esto se deriva de mi primera responsabilidad: Agradar a Jesús, mi Señor y Salvador.
Todo se trata de mi deseo de hacer lo que Dios pide en relación con mi pareja, porque “cada uno de nosotros tendrá que dar cuenta de sí mismo a Dios”, dice Romanos 14:12 (DHH).
Piénselo de esta manera, Jesús no te preguntará ¿qué hizo tu esposa (o) para que tú fueras feliz en el matrimonio? Más bien te preguntará: ¿Buscaste honrarme al esforzarte cada día en amar y respetar incondicionalmente a tu cónyuge, como yo lo hice contigo? ¿Me ofreciste tu matrimonio en adoración a mí?
El asunto es claro. Después de todo, el matrimonio -efectivamente- se trata de ti. Pero no para que busques que tu pareja te complazca en tus deseos y anhelos; sino para que busques agradar con tu matrimonio a Dios, quien lo diseñó.
Cuando lo haces, por Su gracia, encontrarás la plenitud que anhelas.
*Texto tomado parcialmente, editado, curado y adaptado de Cada Día con Amor y Respeto, de E. Eggerichs
Comments